Aquella mirada temprana hacia los libros

Autor: Eva Losada Casanova

La literatura poco tiene que ver con la inmediatez. Está reñida con la velocidad, con lo apresurado, con lo banal. La literatura es amiga del reposo, destila tiempo, momentos. Está reñida con el aquí y el ahora. Con 140 caracteres, con una consola. Quizá, por esa razón, el libro entra en su época más oscura, inquietante, peligrosa. Leer es ir a contracorriente. Leer es raro. Leer no encaja con esa inmediatez impuesta. Lecturas en diagonal, catas o, simplemente, contemplar la sinopsis de la contraportada es ya un logro. No nos detenemos. Para leer, hay que detenerse, sentarse, desconectar. En situaciones de exceso de trabajo, de estrés, de nervios, la lectura puede ser el mejor calmante, el ansiolítico más eficaz. Dejarse llevar por la ficción, envolverse en mundos ajenos, a veces lejanos, es la mejor medicina, el mejor revulsivo contra esa maldita inmediatez que hace que la vida sea en blanco y negro, plana, sin horizonte.
Tuve la inmensa suerte de nacer en una casa llena de libros. La imagen de mi madre bajo el flexo del salón, con el cuello ligeramente inclinado sobre las hojas, es una imagen de infancia constante, pertenece a ese pasado compartido por ambas que se torna borroso cuando nuestra convivencia ha pasado ya por muchas etapas. Mi padre, con su pijama rayado y descolorido, se arropaba con libros. Eran fines de semana silenciosos, reposados, en los que cada uno viajaba donde quería y nadie interrumpía ese viaje. Los títulos colgaban de los estantes, iban y venían por la casa, se les oía respirar; y ese devenir siempre sucedía ante la atenta mirada infantil. Una mirada así, termina casi siempre por convertirse en lectora, porque las imágenes de la infancia siempre nos acompañan, borrosas o nítidas. De nosotros depende alimentar las miradas infantiles, jóvenes, desviarlas hacia los libros, los textos, hacer que la costumbre de leer se asiente en lo domestico, en el ocio, en los espacios comunes. Quizá, ya de paso, retomemos nosotros mismos ese hábito, el de leer en la cama, en la bañera, durante el desayuno, mientras guardamos el equilibrio en una bicicleta estática, los domingos invernales de lluvia constante o en un café cualquiera. Quizá, así, sobre nosotros repose nuevamente esa mirada temprana, la de nuestros hijos, una mirada tierna que pronto dejará de serlo. Quizá, sin darnos cuenta, habremos dado a esa niña o a ese niño nítidas imágenes que, aunque un día se tornen borrosas, valen más que cualquier palabra, cualquier discurso, cualquier campaña escolar. Es la mejor inversión, una aportación valiosa, con un retorno casi ilimitado a una joven mirada que, en algún momento, verá como los libros se vuelven luces, respuestas, amarras o bastones en el nublado, complicado y pedregoso camino de la vida.

2 comentarios en “Aquella mirada temprana hacia los libros

  1. Que suerte la tuya de haber crecido en una casa con libros, la mayoría de los lectores tuvimos que encontrar nuestro propio camino hacia ella, pero lo encontramos afortunadamente. «Desconectar», esa palabra que mencionas, «desconectarse» es el gran problema que enfrenta la literatura en esta época tan digital. Todos abusando de la tecnología mientras la vida se les va frente a sus narices. Saludos, bonito texto. Y bienvenida a WordPress.

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  2. Eva Losada Casanova

    Gracias, el camino quizá sea un poco más corto pero como bien dices quien quiere encontrar a edades tempranas encuentra, es la curiosidad lo que diferencia a unos de otros, ¿no? Saludos

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