Autora: Eva Losada Casanova
Aquellos que bebemos en los océanos pessoanos, no nos extraña avistar nuevas embarcaciones atravesando el horizonte. Nos quedamos absortos y entusiasmados con la posibilidad de asaltar un nuevo espacio donde la genialidad del poeta portugués haya acampado. De esta manera, en mi nuevo y reciente asalto, me topo, en la cubierta de ese barco, con nada más y nada menos que a Omar Jayam (o Khayyam), el gran matemático, astrónomo, filósofo y poeta persa que, a parte de poner nombre a un cráter lunar y ser el causante de los desvelos de cualquier estudiante de primaria —gracias a su aportación al mundo del álgebra— escribió un puñado de versos en farsí (persa), de métrica peculiar: los Rubaiyat o cuartetos. Todos ellos son versos con ese halo de pesimismo, derrota y desasosiego que tan familiar nos resulta. Descubro, además, que Pessoa se adentra en ellos de la mano de Fitzgerald y su versión adaptada y rimada que hizo el escritor en 1859 de los versos originales. Aquella hazaña permitió a Pessoa acceder a los mismos, nadar en ellos y crear su propia obra de Rubaiyat. Ventajas de hablar idiomas en tiempos remotos, de llegar a lugares en la literatura vedados para el resto de los mortales. Descubro también que Fitzgerald se tomó sus licencias de traductor y conocedor de la cultura occidental cuando, a finales del siglo XIX, decide cómo debe ser esa adaptación, limitando la obra de Omar Jayam a solo aquellos versos donde la rima estaba en el primero, segundo y cuarto verso, quedando libre el tercer verso. Pensaría que quizá nos resultaría todo más familiar.
Hubo más intentos de traducir, a otros idiomas, los versos de Omar Jayam pero, sin duda, la traducción del escritor americano fue la que más trascendió. Averiguo además que, como si se tratara de un ser independiente, la obra del maestro persa, crece gracias a las aportaciones anónimas, y aquel puñado de versos se transforma en cientos primero y miles después. Y es que, la desesperanza, las miserias humanas, las adicciones, la tristeza y la muerte son universales, se repiten hasta la saciedad; convirtiendo la obra de Jayam en la semilla de una obra anónima y universal. Nuestro querido poeta del Chiado, de vidas múltiples, de sueños infinitos y asiduo a refugiarse en los cafés de la capital lusa—no siempre a tomar café—no pudo evitar adentrarse también en el mundo infinito del Rubaiyat, de sus túneles hacia lugares sombríos, hacia los interrogantes que planea la ciencia. Un mundo de ruptura con lo establecido y, en definitiva, un mundo de dolor. Ese dolor en el que Pessoa se sentía à vontade. Sabemos que la obra de Pessoa crece, que se ha publicado solo una parte, que al igual que la obra de Jayam, vive por sí sola. Por eso, al igual que tantos otros versos, pensamientos y textos, los Rubaiyats del portugués también están incompletos, una obra a medio hacer que, parece ser, iba a completarse con un ensayo sobre Jayam donde su filosofía, del todo epicúrea, iba a ser diseccionada por el escritor portugués. Una filosofía a la que un lunes parece adscribirse y un martes ya no. Esa eterna duda pessoana, la duda que quizá dio a luz a sus heterónimos, subyace permanentemente. “Hay días en los que esa filosofía me parece la mejor, y hasta la única, de todas las filosofías prácticas. Hay otros días en los que me parece muerta inútil. Como un vaso vacío. No me conozco porque pienso….” —dice el portugués en sus anotaciones.
A ambos poetas parece unirles el tedio, y quizá es de ese tedio, del cual nace la profunda admiración de Pessoa hacia Jayam.
“El tedio de Jayam no es el tedio del que no sabe lo que hace, porque en realidad nadie puede o sabe hacer. Ese es el tedio de los que nacieron muertos, y de los que, con legitimidad, se inclinan hacia la morfina o la cocaína. El tedio del sabio persa es más profundo y noble que eso”.
Leyendo fragmentos sueltos de este frustrado ensayo u homenaje a los Rubaiyat, descubro que, al igual que sucede en El libro del desasosiego, Pessoa cita, una vez más al psicólogo francés Jean-Gabriel Tarde: “La vida es la búsqueda de lo imposible a través de lo inútil”. Con esta cita, que siempre me ha fascinado, comprendo que el trío del tedio, se acaba de completar.
Continúo leyendo esta joya inédita de Fernando Pessoa, esta colección de Canciones para beber que no sabemos si en su día quiso publicar. Me detengo en aquellos Kubaiyats intensos, sonoros, extraños, escritos en un portugués limpio que, en ocasiones me lleva a pensar en el desamor entre Ophelia y el poeta, en sus desencuentros.
Trazes as rosas que te não pedí.
E máis que ás rosas, vens trazer-me a ti.
Mas estou cheio só do entendimiento
E tudo quanto tragas já perdí.
En fin, un Pessoa inédito que recomiendo a todos aquellos con sed de tedio. Un delicado y fascinante conjunto de 182 Rubaiyat cuya escritura lo acompañaron los últimos años de su vida, sumido, quizá en un estado de efímera sobriedad, soledad y también lucidez, esa que nos dejó. Un tesoro que me llega dando un gran rodeo, desde Ciudad de México, de la mano de la jovencísima editorial vasca, El Gallo de Oro, con textos traducidos y seleccionados por el psicólogo y escritor vasco Beñat Arginzoniz (2015).
¡Ah bebe! La vida no es buena o mala,
lo que le dimos es lo que nos da.
Todo se devuelve a lo que no fue,
y nadie sabe lo que es o lo que habrá.
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