Autora: Macarena Fedriani.
El martes es mi día favorito, aunque quede lejos del fin de semana. Esto es porque, pase lo que pase durante el día, algo es seguro. A partir de las seis, todo lo mundano se irá difuminando, desdibujando, desvaneciendo y evaporando, para dar paso así a otra realidad paralela y fascinante. La de la narrativa. Uno se mete en ella de lleno y va olvidando todo lo que traía en la mochila, como si, de hecho, no existiera más que la literatura y uno mismo, desnudo como un recién nacido, frente a ella.
Sirva una cita que el irlandés Bram Stoker puso en labios de Drácula en el instante en que recibe a Harker en su castillo:
«Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje fuera parte de la felicidad que trae consigo.»
En La plaza de Poe, pasa al revés. Aquí uno deja fuera los problemas, los semáforos y atascos, las facturas e hipotecas, los proveedores y clientes, el fútbol y la política, los niños o parientes, o cualquier otra cuestión ajena al arte y oficio de escribir. La escritora Eva Losada, un día más, nos invita a una sesión de imaginación y creatividad, que convierten ese espacio en un lugar apartado del mundanal ruido. Y con la mejor compañía. La de otros que también buscan refugio en ese lugar de encuentro literario que es La plaza, y que acuden sin otra carta de presentación que su afán de aprender y su amor por escribir.
Para ilustrar mejor lo que quiero decir, propongo que vayamos a lo práctico, a un ejemplo concreto. Me remonto al pasado martes pues no es necesario ir más lejos. Estuvimos profundizando en la construcción del personaje. Era la última de varias sesiones en torno al mismo tema, pues no cabe duda de que el asunto es uno de los grandes pilares esenciales de todo el que quiera pensar en contar historias. Contarlas bien, quiero decir. Llegamos a un momento en el que Eva habló de la coherencia. De la coherencia en la construcción del personaje, se entiende. Pero por si acaso, Eva sintió la necesidad de apostillar “no hablo de la coherencia en el comportamiento del personaje, ni mucho menos. Hablo de la coherencia del autor al crearlo”. Me pareció brutal.
Porque las contradicciones y las incoherencias de los grandes personajes de la literatura son precisamente lo que nos lleva a amarlos, a comprenderlos o a justificarlos incluso. Hete ahí a Madame Bovary, errática frente al amor. Hete ahí a Daniel, de La Posibilidad de una Isla (cata reciente por la que rescato el ejemplo) tan soberbio y tan pequeño, todo a un tiempo. O a Dorian Gray, narcisista y maldito. ¿Y no era acaso Don Quijote un loco cuerdo? ¿O qué era Raskolnikov sino un pobre diablo, condenado por su propósito de progresar por derecho propio, mientras se descubre atrapado sin remedio en su clase miserable tras haber cometido ya los peores pecados?
Ese es el mundo de los personajes bien construidos, un mundo en el que tienen que desenvolverse así, con sus incongruencias, sus temores, sus prejuicios y sus defectos. Pero en ese universo, el autor les ha concebido perfectos y tremendamente coherentes para que sus actitudes ante la vida o en sus relaciones con los demás nos resulten verosímiles y razonables. Eso es lo que los alumnos podemos resumir en que uno no puede sacarse conejos de la chistera porque el lector nos llamará trileros y con razón, todo sea dicho.
En esos pensamientos, mi mente echó la tarde repasando personajes, muchos de los cuales son amigos, seres queridos que hice míos cuando me adentraba en las páginas de su historia. Y así estuve un buen rato, hasta que llegó el momento de hablar de las constelaciones de personajes. ¿Qué que son las constelaciones? De ellas os hablaré otro día. O mejor, no renunciéis a asomaros por este espacio único de creación y de letras de la mano de Eva Losada Casanova, de su equipo y, por supuesto, de Edgar. De Edgar Allan Poe.
Macarena Fedriani es alumna de los Talleres de Narrativa de La plaza de Poe.