Créditos: Fotografía realizada por ZAC.
Berta Vias Mahou es una escritora y traductora madrileña con mucho oficio a sus espaldas. Traduce del alemán al español a grandes maestros, como Stefan Zweig, Joseph Roth, Arthur Schnitzler o Goethe. Con su novela Venían a buscarlo a él, obtuvo el Premio Dulce Chacón en 2011 y con Yo soy el Otro, recibió el Premio Torrente Ballester en 2014. Hoy conversamos con ella. Nos gusta preguntar y conocer qué caminos recorren.
Berta, ¿qué te llevó a dedicarte a la literatura, tanto a escribir como a traducir?
La culpa la tienen los libros. Yo no tenía intención de dedicarme a escribir o a traducir. Pero con el tiempo todas esas lecturas, en las que me hundí para huir del mundo a una edad difícil como lo es la de la adolescencia, acabaron por rebosar en mi cerebro. Y las palabras un día comenzaron a surtir. Por las yemas de los dedos. Por cada poro de la piel. Muy despacio.
Si no te hubieras dedicado a este oficio, ¿qué hubieras elegido ser?
Me hubiera gustado ser egiptóloga. Me entusiasmaban las momias. Quería trabajar al aire libre. Vivir en el extranjero. Aprender otras lenguas. Y estudié Historia Antigua con esa intención, pero pronto comprendí que mi destino sería la enseñanza en un polvoriento departamento de Universidad y cambié el rumbo. Encontré un trabajo fabuloso de secretaria. Y cuando al cabo de unos años cerraron la oficina, una vez más di un golpe de timón. Volví a la Universidad para hacer un Master de Traducción. Y, sin querer, empecé a escribir.
Cómo delimitas el terreno de la escritora y el de la traductora. ¿Ambos espacios se contaminan o conviven armoniosamente?
Cuando escribo, no traduzco. Y viceversa. Es como si fuéramos dos personas distintas. Pero, aunque ambos espacios no suelen convivir en el tiempo, se contaminan, no sé si armoniosamente o no. Ambas actividades son obsesivas y absorbentes. La traductora le abrió el camino a la escritora. Y ella ahora está a punto de matar a la otra.
¿Eres una persona solitaria o tienes muchos amigos? ¿Hay que ser un solitario para escribir bien?
Soy más bien solitaria. El lector, en general, lo es, aunque eso no significa que no tenga amigos. Pienso en Vivian Maier. O en Kafka. Para escribir bien no hay fórmulas. Me gusta imaginar a los escritores a los que admiro caminando solos por un paisaje deshabitado. O en una habitación rodeados de libros. O tendidos en un sofá mirando el techo. A Flaubert. A Jaccottet. A Robert Walser. A Pedro Casariego Córdoba… Aunque me consta que charlaban y aún alguno de ellos charla en tabernas o cafés con cualquier desconocido.
¿Cómo es tu sitio de trabajo y qué miras cuándo escribes?
Veo el cielo. Mucho cielo. Nubes, halcones, estorninos y hasta algún búho real. Aviones y helicópteros. Y globos de colores que se escapan. Algunos, con rostro. Rostros coquetos. Y atisbo cabezas de rosas y de lavanda. Los largos dedos de las hiedras dando patadas al viento. Los penachos de los papiros temblequeando. Y el sol, la lluvia, la luna, las estrellas, relámpagos, el horizonte… Así no se puede escribir. Ni traducir.
¿Tienes algún ritual o alguna manía a la hora de afrontar tu propio proceso creativo?
No tengo ritual, pero sí manías. Y no sólo a la hora de escribir. Con los acentos, los puntos, las comas, las comillas… Soy maniática por naturaleza y por vocación. Hasta para cruzar una calle. Pero no supersticiosa. Me siento siempre en el borde de la silla. Casi en el aire. Al filo del precipicio.
¿Una novela que te marcó para siempre y alguna que se te haya resistido especialmente?
Me apasiona Kleist y, sin embargo, se me atravesó su Michael Kohlhaas. En cuanto a una novela que me haya marcado para siempre, El hombre sin atributos de Robert Musil.
¿A qué personaje o autor te llevarías de fin de semana a una casa rural en las Alpujarras?
Puestos a soñar, me llevaría a Kafka. Con lo que le costaba a Felice Bauer que fuera a verla a Berlín… Claro que, no habiendo promesa de matrimonio por medio, igual sí que se venía conmigo, como con Brod. Me gustaría escuchar su alemán. Su risa. Caminar despacito junto a su cuerpo tan largo. Verle pinchar verduras con un tenedor, observando el entorno con las orejas en punta.
¿Crees que es necesario formarse para aprender a contar historias? ¿Cómo?
Lo único que creo necesario para formarse en este oficio es la lectura, aunque no todo lector es un buen escritor, pero dudo que alguien a quien no le apasione leer pueda convertirse en un buen narrador. Y es importante la mirada. Un escritor se define por la mirada, una mirada original, que es la que le aboca a tener un estilo propio.
Por último, en octubre, en nuestro Club de Lectura, profundizaremos en uno de los autores que has traducido: Arthur Schnitzler. Compartiremos una de sus obras, Morir. ¿Puedes darnos algún consejo que inspire a aquéllos que van a atreverse con este libro y este autor?
Un libro duro. Sólo el título es una advertencia. Casi parece un grito. Schnitzler, como médico, vio morir a muchas personas. Y yo, en la época en la que quise traducir esta novela, vi morir a mi suegro, el arquitecto Pedro Casariego, padre del poeta, un hombre extraordinario, y no sólo desde el punto de vista profesional, al que le ocurrió lo mismo que a Felix, el protagonista de este libro. Una sentencia de muerte, pronunciada por un médico, que se cumplió con exactitud, hizo que los cimientos de su vida se tambalearan como en un terremoto. Pero él afrontó el veredicto y la condena con una rectitud y una generosidad dignas de un filósofo griego. Mi consejo. Que quien se atreva con estas páginas no las olvide. Le pueden ayudar a vivir, a morir y a ayudar a otros a vivir y a morir.
¡Gracias Berta!
25 de octubre. CATA LITERARIA dedicada a Schnitzler y su obra «Morir». Traducida por Berta Vias Mahou y editada por Acantilado.
18 de octubre Día Internacional de los traductores. MESA REDONDA con Isabel García Adanez y Amelia Pérez de Villar
Entrevista realizada por Macarena Fedriani.
¡Genial!
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