Uno puede intentar abordar su lectura ataviado con una brújula, dos cantimploras y un mapa del territorio; o, por el contrario, acompañar a su protagonista a través de los laberintos de su conciencia, de los espejos y los sueños, como un niño va de la mano de su madre o padre, el primer día de escuela: confiado, pero cauteloso.
