La muerte de Virgilio o el poder de la escritura de HERMANN BROCH.

La muerte de Virgilio

La muerte del Virgilio de Hermann Broch o el poder de la escritura

Para leer La muerte de Virgilio, novela del escritor austriaco Hermann Broch, hay que estar dispuesto a una entrega total, sin condiciones, a rendirse ante la literatura más pura. El lector no debería esperar de Hermann Broch ningún acto de compasión, ni la mano tendida. Este es un libro solitario, una novela diferente que nos aísla del mundo material para transportamos a la conciencia del poeta Virgilio. Cuando finalmente hayamos conquistado la novela, nos daremos cuenta de lo que es la escritura, de lo que significa escribir. Utilizar el lenguaje, lineal, plano, sucesivo, para construir un mundo multidimensional es una tarea ardua, que solo unos pocos escritores han logrado. Las espirales expresivas son continuas en el texto, no hay puntos, no hay espacios, no hay respiros…Todo parece suceder al mismo tiempo, en una cascada permanente y extraña, que nos engulle y a veces nos adormece durante la lectura. La expresión escrita, en esta novela, adquiere un valor especial que, irremediablemente, nos hará plantearnos muchas cosas. Pasamos del lirismo absoluto al lenguaje más vulgar, vamos y venimos, como marionetas por un estado emocional, vital. No se espera nada de nosotros, tan solo que estemos ahí, bajo la luz de las velas. Si el lector confía, quizá, entre en ese estado mental tan difícil de alcanzar cuando ese absoluto dominio de la palabra escrita no acompaña al escritor. No tengo ninguna intención de hacer un resumen de lo que sucede, porque no sucede nada. En seiscientas páginas no sucede nada, pero sucede absolutamente todo. Hermann Broch nos lanza en catapulta hacia el conocimiento total de la vida a través de la muerte. La conciencia del ser y del no-ser, del amor, de la creación artística y, en definitiva, de la vida. ¿No es de eso de lo que trata la literatura?

La voz narrativa es extradiegética y limitada, acompaña y engulle al protagonista, el poeta Virgilio, en sus últimas horas de agonía y lucidez. Es una voz narrativa perfecta para la novela, una voz narrativa que siempre me ha cautivado, porque permite una libertad que las voces intradiegéticas te quitan, pero al mismo tiempo logra esa sensación de permanencia en la conciencia del personaje que es la base de esta obra.  Arribamos al puerto de Brindis con el crepúsculo, nos bañamos en los colores, los sonidos, el atardecer parece envolvernos como a Virgilio y, poco a poco, nos sumimos en las texturas de la oscuridad. La novela es oscuridad, la luz está apagada, pero es eso precisamente lo que nos permite ver. El autor nos abre de vez en cuando las ventanas para que miremos ahí fuera, a la ciudad, a lo terrenal, nos asomamos al balcón, estamos enfermos, escuchamos los ruidos de las calles, olemos, respiramos un poco, para, inmediatamente después, volver a un túnel que inmisericorde nos arrastra de nuevo a la oscuridad, a la antesala de la muerte, vamos de la mano de Virgilio, una vez, más hacia los infiernos. Van apareciendo los fantasmas del pasado, sus voces son nítidas, podemos imaginar sus caras. Y el pasado del poeta va conformándose lleno de dudas, de desesperanza. Descubrimos una única obsesión del autor de La Eneida: alcanzar el conocimiento pleno. ¿Cómo se alcanza el conocimiento pleno? Quizá, personaje y autor son uno, quizá Broch hace un ejercicio de reencarnación literaria que le reconcilia con la época en la que vivió. Virgilio murió en la opulencia, Broch no. Lo fascinante de la novela es que Hermann Broch consigue que nos olvidemos de él mismo, logra que el lector permanezca, a lo largo de toda la novela, oyendo las múltiples voces que rodean a Virgilio, sintiendo su poesía, su terror, pero también su gan descubrimiento…viviendo en su propio delirio, padeciendo la misma frustración que el poeta por no poder alcanzar la infinitud del conocimiento en nuestra propia vida; pero, a veces, no sabemos realmente en qué conciencia habitamos.

«Su vida estaba descarriada y fracasada, pues el camino que había llevado había carecido por anticipado de salida cargado con el conocimiento de la falsa dirección, cargado con el conocimiento de su error…»

¿De qué errores habla Virgilio? Eso es algo que vamos poco a poco averiguando. Compartimos en todo momento la conciencia de sí mismo, de su vida, de su obra, de sus fracasos. También visitamos el proceso creativo que Broch imagina para el poeta y es posible que también para sí mismo. Se tratan temas editoriales de derechos de autor, corrección, etc.  Broch imagina casi todo, dialoga con Virgilio, se interrogan. Es una especie de redención.

La muerte de Virgilio es una novela de susurros y voces.

«Cada uno de nosotros se halla rodeado de la maleza de las voces», escribe. Y, en ese momento, algo se agita en mí, ¡todo me resulta actual! Es cierto, vivimos en esa maleza.

Es una novela polifónica, como tantas grandes novelas. No es una novela para leer y disfrutar con la razón, sino más bien con los sentidos. Llegamos a entenderla, a hacerla nuestra, cuando sentimos de verdad a Virgilio y todo aquello que lo rodea: la belleza profunda cargada de significados y nunca como fin último; su concepción del amor, la risa del hombre y su multiplicidad. 

La muerte de Virgilio es una novela hecha poema, es una novela que contiene un poema que a su vez contiene otros versos. Es como una caja china sin forma, en la que suenan Eneas, Dido, Horacio y el viejo Anquises desde el Hades. Los personajes van apareciendo poco a poco, se van y regresan. El personaje de Lisianas es perturbador, vamos poco a poco descubriendo sus diversos perfiles hasta comprender quién es, qué representa. Y la bella Plocia, la mujer del poeta, que lo acompaña hasta el último suspiro, lo acecha e interroga. Los poetas Lucio Varo y Plocio, sus amigos, nos traen los primeros atisbos de aparente cordura, de orden, de responsabilidad para con el arte y el Imperio Romano. Quizá, el personaje que más esperamos sea Augusto. Su aparición, con el sol del día, en la oscuridad de Virgilio, es triunfal. Es una puerta que el lector atraviesa con muchas ganas, es el momento en el que la novela se ilumina como un cuadro de Velazquez. Es el instante en el que Virgilio despierta del letargo, la fiebre baja, la suya y la nuestra, y asistimos a un diálogo sublime que aconsejo leer varias veces, es casi un tratado sobre política, historia y pensamiento. Un diálogo platoniano que brilla por sí mismo. Cuando digo que nuestro estado febril remite, es porque la sensación a lo largo de toda la lectura es esa, es un estado febril, nosotros también morimos poco a poco junto a Virgilio. Es fascinante.

«—¡Ay, Augusto! también yo creí un día que esta, justamente esta, era la misión que tiene el poeta de conocer… Por eso mi obra fue una búsqueda del conocimiento, sin ser conocimiento…

—Entonces debo preguntarte una vez más, Virgilio, qué fin perseguías con tu poesía, si no debía ser el conocimiento de la vida.

—El conocimiento de la muerte.».

«Aún no sé nada de la muerte», dice. Esta frase nos golpea y empuja a seguir, a que no nos importe ser arrojados al abismo una vez más.

Quizá, el final de esta novela me traiga el recuerdo de otras obras, quizá sea mi propia imaginación, quizá no, dejo al lector que descubra por sí mismo dónde aparecen esos animales desfigurados, ese sueño, ese atravesar el cielo, los anillos, el círculo del tiempo, el ojo que todo lo ve cuando la barca ya está de partida. Y es que, como decía Hermann Broch: «El arte que no es capaz de reproducir la totalidad del mundo no es arte.»

Prepárense para esta experiencia de lectura única. Un viaje por la historia de Roma, por la propia Eneida, por la literatura, vida, la vejez y la muerte, un viaje, sobre todo, a través del poder del lenguaje. Un viaje para cualquiera que aprecie la capacidad de la escritura para estremecernos. Una novela en continua exploración, modernista, experimental, que se consagra al propio género, un gran género que, en mi humilde opinión, está siendo desmerecido. Hermann Broch es, sin duda, un autor que es y ha sido maestro e inspiración de grandes escritores como Kundera, Bernhard, Handke, Jelinek, Hanna Arendt y tantos otros. Un autor de obligada lectura para todo aquel que quiera reconciliarse con el arte de escribir y crea que hay un lugar «más allá del lenguaje».

La novela ha sido revisada y reeditada por la Editorial Alianza, la traducción de A. Gregori y la revisión de J.M Ripalda son excelentes. Encontrar un traductor para este texto nunca ha sido tarea fácil desde que la obra se tradujo al inglés. Comparando las traducciones, el lector puede encontrarse grandes diferencias, incluso nombres propios escritos de diferente manera.

Alianza Editorial , 1979, 2019. 617 páginas.

Traducido por A. Gregori, versión de J.M ripalda


Eva Losada Casanova. Escritora. Profesora en los talleres de novela y  narrativa de La plaza de Poe. Imparte cursos de escritura en el sector público, en la Red de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid, ciudad donde  coordina las CATAS LITERARIAS y varios Clubs de Lectura, entre ellos el Club virtual en Bibliotecas públicas: Brújula literaria.

Es autora de las novelas: En el lado sombrío del jardín (Funambulista, 2014) 4ª finalista Premio Planeta y finalista Premio círculo de lectores 2010; El sol de las contradicciones (Alianza, 2017) XVIII Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones y  Moriré antes que las flores (Funambulista, 2021), El último cuento triste (Huso, 2022). Escribe en varios medios culturales, colabora y es columnista en el Periódico de Hortaleza desde 2016.

Eva Losada Casanova

2 comentarios en “La muerte de Virgilio o el poder de la escritura de HERMANN BROCH.

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