La broma infinita. Dos meses con David Foster Wallace

Autora: Eva Losada Casanova

No es fácil convivir con La broma infinita del escritor americano David Foster Wallace, pero escribir sobre esta obra es una tarea mucho más ardua. Francamente, no sé por dónde comenzar. No pretendo explicar al lector qué es lo que va a leer, masticarlo u ordenarlo. Mi único deseo es compartir mi experiencia de lectura con todos ustedes, que lean esta obra, que no la dejen, porque nunca la olvidarán, se lo aseguro. Y, como siempre digo, y nunca me cansaré de hacerlo, el lector paciente siempre tiene su recompensa. Tengo la certeza de que el 90% de los lectores que comienzan La broma infinita la abandonan en la página sesenta, quizá en la cien. No es el momento, se dicen, demasiada atención, demasiadas hojas, personajes, dolor y podredumbre…Casi nunca es buen momento para nada y casi siempre nos cuesta fijar la atención. Tómese esta novela como un viaje de dos meses al lado más oscuro de la sociedad americana de la última parte del siglo XX, disculpen, y de la europea, ya que esa podredumbre nos llega a nosotros también y en el año en el que escribo esto, 2023, parece premonitorio aquello escrito por Wallace en los noventa. Ese es el poder de la novela, el de la alta literatura, que nos abre una ventana al futuro. El lector va a convivir con más de cuarenta personajes, he contado 57, quizá sea alguno más, y un buen puñado de temas o reflexiones, ya que, los temas que rondan a esta obra son pocos e intensos: soledad, consumo, suicidio,éxito, mentira, desinformación y dolor. Y, quizá, se me olvidaba la estupidez humana.

No sé si Wallace decidió, pensando quizá en no acabar con la salud mental del lector, envolver con una trama casi policíaca esta historia, o historias, ya que La broma infinita es un juego de piezas, de historietas intensas de seres perdidos, abrumados, desesperanzados y solos que deambulan por una ciudad terrorífica en la que no hay luz, solo sombras.  

Escribimos para entender el mundo, al menos, en mi caso, esa es mi motivación. Me pregunto entonces si David Foster Wallace quiso entender su mundo escribiendo esta novela, si quería respuestas o bien, fue precisamente la escritura de esta obra lo que acabó con él. Es cierto que podemos sucumbir a nuestra propia escritura, ser devorados por ella. Wallace no fue ni el primero ni el último. Kawabata, Plath, Pizarnik, Pavese, Cioran, Mishima, Tanizaki…En fin, y tantos otros.  En la literatura de todos ellos hay un juego de luces y sombras sobrecogedor como sucede en La broma infinita. Esa estética de la luz encuentra un lugar privilegiado en la artesanía de la literatura. Algunos acudimos a ella como moscas a un pastel de limón.

La trama de esta novela es algo absurda, en absoluto sostiene la novela, es, desde mi humilde opinión, un recurso que ayuda a caminar por ella, un puente, eso es todo. Lo verdaderamente interesante son los personajes y la búsqueda de aquello que los ha construido. Es decir, la construcción misma de cada uno de ellos y los lugares que habitan como la Academia de tenis, el hospital psiquiátrico y el centro de ayuda a la drogodependencia. Asoman los rasgos únicos de todos esos personajes. Casi todos jóvenes, sin apenas futuro, o bien con un falso futuro. Cada personaje nos trae una historia, un nicho de dolor, de violencia doméstica, de desesperanza, de autodestrucción y a medida que vamos avanzado, nos decimos, esto tan terrible existe, esto tan espeluznante está a la vuelta de la esquina. Van asomando perfiles inquietantes. Un director de cine, llamado el Hombre de Glad o Él Mismo, que lucha contra el mundo, es un artista experto en lentes que se suicida de una manera muy teatral utilizando un microondas. Sus hijos y su mujer viven con ese suceso, sobre todo Hal, uno de los protagonistas y, quizá, el que tiene una evolución más lenta, pero que queda revelada en las primeras cuatro páginas de la novela. Gran parte de la obra navega en círculos concéntricos en torno a la autodestrucción, autoeliminación. La gran mayoría de personajes buscan esta autodestrucción, y los que logran salvarse de ella, terminan siendo destruidos por los demás o por su propio pasado. Uno de los personajes más potentes de la obra es Madame Psicosis, «una becaria con velo aparentemente muda», de la que no logras quitarte de la cabeza su aspecto, su deambular por un Boston distópico, su voz radiofónica, sus encuentros y sus múltiples personalidades. Madame Psicosis es una piedra angular en la novela, un cruce de caminos. En esta obra hay seres deformes que me han recordado al naturalismo ruso de Gorki, recorridos urbanos de la mano de James Joyce o Maupassant y los espectros del príncipe Hamlet, por supuesto. Pero también a obras más recientes como Menos que cero de Easton Hellis o la tremenda novela En el dique seco de Augusten Burroughs y también me ha parecido encontrar en la obra de Houellebecq semillas de La broma infinita. Aunque siempre hablo de mi experiencia de años de lectura y escritura, por supuesto, y no basándome en tratados académicos de literatura comparada.

¿Qué alimentaba a Wallace? Todo, la televisión, por supuesto, series, concursos, películas, cómics, etc. El cine respira por sus páginas, los personajes de series televisivas de ficción dialogan con el autor, como si vivieran y de repente formaran parte de La broma infinita. ¿Qué es La broma infinita? ¿Una película? ¿Un juego? ¿Una idea absurda?  Yo creo que es la vida. Sí, el dolor que no cesa. Cuando comencé a respirar el aire viciado de la ciudad cuyos enormes ventiladores limpian y diseminan al otro lado de la frontera, comprendí el juego de espejos entre varios personajes que me parecieron sólo uno: Gately, Han y James. Los tres se confunden por momentos y asoma un narrador en primera persona que los aglutina misteriosamente. Aunque en esta novela cada uno puede ver lo que quiera y no siempre será lo mismo. Ese es su encanto, creo yo. Algunos de estos personajes van creciendo como Lenz, un adicto violento que cualquier amante de los animales detestaría tras varias apariciones. Y, cuando el lector, cree que ya ha sido testigo de todos los horrores, aparecen otros nuevos que nos rematan, como la historia de Pemulis y su padre o el travesti Pequeño Tony, con el que se nos encoje el estómago. Otro personaje curioso y fascinante por su silencio es Lyle, un gurú de la nueva era al que acuden los adictos para ser escuchados.  

Estamos en un universo literario que representa el fin de nuestra realidad, es el producto de una época en la que todo ha fallado, en la que ya no somos capaces de amar. Hemos destruido nuestro mundo y esta es la consecuencia de haberlo hecho. No hay esperanza. Hemos dejado un desecho y ese desecho grita antes de sucumbir. Tenemos un reducto aislado dentro de ese universo, un reducto aparentemente sano, en donde se practica el tenis. El tenis se convierte en una metáfora de la superación, una especie de filosofía de vida para unos pocos. Hay que triunfar sí o sí. Nos programan y preparan en la Academia Enfiel para un mundo que está ya desapareciendo y, etre tanto, apretamos una pelota de tenis mientras comemos o cenamos. Un mundo rodeado de amenazas en el que ahí, frente a nosotros está el contrincante. ¿Quién es ese contrincante? ¿Nosotros mismos? Sí. Eso es, en La broma infinita, la lucha es, a menudo, unidireccional. El germen del infierno es nuestra infancia, ahí están las respuestas que busca el lector, pero no siempre lo hacen todos los personajes, porque en ocasiones sufren un estado de kenosis, o lo que es lo mismo, vacío de voluntad.

Las descripciones en La broma infinita es uno de los aspectos narrativos más atractivos, la ciudad, los estados anímicos, los movimientos de personajes, los atuendos, los perfiles físicos, las deformidades, la naturaleza hecha de asfalto, la “belleza transhumana”, etc.

En la novela el tiempo narrativo se contrae y expande, la frecuencia narrativa sobrevuela un puñado de hitos que hace que el lector busque respuestas y permanezca en su butaca. ¿Dónde vamos? No lo sabemos, a veces nos perdemos, sobre todo al inicio, pero ya no podemos abandonar a ese puñado de personajes imperfectos y doloridos, queremos acompañarlos en su dolor y poco a poco vamos habitando cada escenario, nos familiarizamos con las voces y los sótanos. Esta novela está construida con muchos sótanos a los que bajamos con pavor. Asoma, sin duda, la obra faulkeriana, sus traslocos y manejo del tiempo y el espacio.

La voz narrativa de esta novela es muy curiosa, se mueve entre la crónica, el monólogo, el discurso ensayístico y tiene un algo infantil que sobrecoge a veces, que la hace diferente. Está cargada de humor e ironía, de un sarcasmo que asusta y que acompaña a sus personajes. El lector se siente increpado y, a veces, muy distante.

Los diálogos construyen gran parte de la obra, hay diálogos múltiples y sordos, voces que resuenan en hospitales, centros de desintoxicación, galerías, habitaciones infantiles, estudios de producción y montañas alejadas del bullicio urbano. Las voces que inicialmente pueden llegar a confundirse terminan siendo de una nitidez pasmosa. Supongo que los personajes llegaron a expresarse sin la necesidad de que Foster Wallace les dijera cómo tenían que hacerlo. Los hermanos Incandenza, la familia protagonista de la obra, tienen varios encuentros que a mí me resultó una valiosa perla del collar. En otra ocasión construye un diálogo doble en espacio diferentes y deja que las voces se crucen, retando así al espacio literario y consiguiendo un efecto magnífico. En otro momento dos personajes dialogan en una montaña, bajo las estrellas, no los vemos, o los conocemos, no se han presentado, sólo hablan, uno frente al otro y deben pasar más de doscientas páginas para que el lector, finalmente, los vea, sienta y padezca. Son un hombre en una silla de ruedas, perteneciente a una organización canadiense de asesinos, un agente transgénero, nos va informando muy poco a poco, de la trama, de lo que sucede dentro y fuera de la Gran Concavidad, de cómo era antes la ciudad y del futuro que la aguarda.

No siempre el narrador omnisciente/autor se mueve por esta obra, asoma un narrador protagonista con foco en varios personajes que de repente descubres el por qué y, entonces, ya te entregas sin fisuras a esta increíble novela que cuenta mucho, pero también esconde en sus sótanos otra información que el lector astuto debe ir descubriendo.

Leer La broma infinita es una maratón que recomiendo hacer son un lápiz en la mano para iluminar a los personajes en los márgenes. No se confíen con alguna de la información que se encontrarán, referencias a obras o autores, ya que, a Wallace, al igual que a Borges, le encantaba inventarse la realidad. Si el lector ha nacido en los años cincuenta o sesenta, descubrirá referencias generacionales musicales o televisivas, que nos acercan un poco más a su autor. Aunque también hallamos cierta obsesión con personalidades del mundo de la filosofía como Deleuze, del cual se inventa un ensayo; la sociología, la psicología como Paterson y las emociones, la literatura como George Orwell. Tolstoi o Edith Wharton, a la cual, por cierto, destroza. Hay intensas referencias al cine francés de Bazin.

Los recursos son muchos y variados: cabeceras de periódicos, prospectos de medicinas, partidos de tenis, listas infinitas, entrevistas aparentemente reales, epístolas, poemas, tesis y la obra cinematográfica de James Incandenza o El hombre de Glad, a la cual asistimos a través de la mirada de Hal, su hijo. Una técnica narrativa que he disfrutado porque es la puerta al mundo filosófico de La broma infinita y a algunas claves de la novela.  No cabe duda de que, tras la lectura sabemos mucho más del mundo e historia del cine, de los tatuajes, del tratamiento de las adicciones, estupefacientes, grupos de ayuda de los AA y, sobre todo, innumerables nombres de ansiolíticos, antidepresivos, opiáceos, como el Demedol, Loracepan, Pentazocina, Codeina, Narcan, Fentalino y un largo etcétera. En ocasiones, nadamos entre párrafos sacados de una enciclopedia que nos sacan del universo literario.

Quizá lo que más llama la atención en esta obra son las casi doscientas páginas de notas del autor. Estas notas son aclaratorias, pero conforman un hipervínculo a la obra que va más allá de su función y terminan siendo un diálogo paralelo del autor con el lector y también con los personajes, que trasciende la propia obra. Una genialidad que, lejos de cansar, al menos en mi caso, prolonga la lectura y dota a la historia o historias de cierta extraña verosimilitud. Algunas notas hacen referencia a otras notas. Hay cartas, ensayos, nombres de perfumes, referencias a canciones, títulos de obras, juegos de palabras, chistes, gestos, en fin, de todo.

Las escenas que va recogiendo La broma infinita son cinematográficas, con un dominio indiscutible de la gestualidad, la iluminación y las pausas dramáticas. Prima lo escatológico, lo gore. Los personajes actúan, los vemos moverse, los sentimos y lloramos con ellos. Se agazapan tras un arbusto, permanecen horas con la frente pegada a un cristal helado, en un túnel lleno de gusanos, tirados entre contenedores de basura, tras la puerta de un despacho o acurrucados en una habitación sin ventilación. Vemos a mujeres obesas salpicadas de excrementos, violaciones infantiles, y, en fin, escenas que son difíciles de borrar de la mente del lector pese al trascurrir de los años.

La estructura de esta novela es un conglomerado de cajas chinas y vasos comunicantes, de historietas que a veces podrían parecer viñetas. La tremenda imaginación de este autor nos construye grupos humanos absolutamente desconcertantes que te arrancan una amarga risotada, como las monjas sangrientas, monjas asesinas que van en Harley Davison, están en rehabilitación y forman parte de una cerrada estructura jerárquica; los asesinos en sillas de ruedas, un grupo de canadienses violentos con una filosofía vital común; un grupo tenístico radical posfeminista, etc. El tiempo pasa a través de una serie de años antes y después de la construcción de la ONAN, que están esponsorizados por marcas de ropa o comida basura. Aunque el centro temporal radica en el mes de noviembre del año de la ropa interior marca Depend, o lo que es lo mismo, año ARIAD, en la traducción del inglés. Es decir, que, en realidad, casi todo sucede en más o menos unas semanas de noviembre.

Una vez finalizada la obra, eres consciente de que el tema principal es la vida, sus mentiras, su dolor, la soledad, las drogas, el alcohol y todo aquello que no nos deja crecer, evolucionar, un mundo de esclavos en el que no se nos permite pensar, todo está ya establecido, nos manipulan, desinforman, intoxican con la televisión, las redes sociales (curiosamente habla de ellas, veinte años antes) y nos imponen un pensamiento único que en la ficción se llama InterLace, un canal de entretenimiento común a todos, dominado por el Estado.

No es una novela para lectores sin humor e impresionables, no la soportarían, porque a veces podría ofender y, además, esta parodia, alegoría, o como desee llamarla, está pintada de una feroz crítica a nuestra manera de vivir, a la condición humana.  «Alguien os permitió en algún momento que vosotros olvidarais cómo elegir» y envuelta como dice el propio Wallace a través del personaje de Hal, en un «pensamiento marihuano».

Al igual que comentaba en el artículo sobre la novela de Faulkner, El ruido y la furia, les sugiero que entren en La broma infinita sin buscar respuestas a todo, no la disfrutarían, porque dar respuestas no siempre es el objetivo de este género, sino que lo interesante es el camino que nos lleva a buscarlas.

Les dejo también el enlace a la película basada en la entrevista que el periodista musical David Lipsky le hizo a David Foster Wallace durante la gira literaria presentando La broma infinita. Lo que sí les recomiendo es que lean antes la novela, porque de esa manera la experiencia será otra.

The end of the tour: https://en.wikipedia.org/wiki/The_End_of_the_Tour

Davis Foster Wallace se suicidó en 2008,  doce años después de la publicación de La broma infinita.

La Broma infinita está editada e España por Penguin Random House y traducida por Marcelo Covian, un valiente traductor, sin duda…

Eva Losada Casanova. Escritora. Profesora en los talleres de novela y  narrativa de La plaza de Poe. Imparte cursos de escritura en el sector público, en la Red de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid, ciudad donde  coordina las CATAS LITERARIAS y varios Clubs de Lectura, entre ellos el Club virtual en Bibliotecas públicas: Brújula literaria.

Es autora de las novelas: En el lado sombrío del jardín (Funambulista, 2014) 4ª finalista Premio Planeta y finalista Premio círculo de lectores 2010; El sol de las contradicciones (Alianza, 2017) XVIII Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones y  Moriré antes que las flores (Funambulista, 2021), El último cuento triste (Huso, 2022). Escribe en varios medios culturales, colabora y es columnista en el Periódico de Hortaleza desde 2016.

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