Déjame ir, madre. La voz de HELGA SCHNEIDER.

Déjame ir, madre.

La realidad, en ocasiones, deja un dolor tan profundo que la literatura llega para paliarlo, o quizá, para soportarlo. Supongo que es el caso de la escritora polaca, Helga Schneider. ¿Es posible renunciar a una madre, a un apellido?¿Podemos sacudirnos el pasado de un plumazo? No. No podemos tirar el pasado a la basura, pero quizá sí podamos iniciar el «ritual de enterramiento» de ese pasado. La escritura nos ayuda, casi siempre, a entender lo que nos pasa. Es una conversación íntima que pone nombre a aquello que se nos presenta como un conflicto, un dolor, una obsesión o también la salida a una vía muerta que interrumpe el avance hacia nuestro futuro. Supongo que podemos ocultar, enterrar, mirar hacia otro lado o, con grandes dosis de valentía, afrontarlo. Es lo segundo lo que esta autora ha hecho a lo largo de su carrera literaria: afrontarlo. En la novela «Déjame ir, madre», publicada por la editorial Salamandra en 2002 y por Adelphi Edizione en 2001, habla de eso, de ese momento en el que hablamos con nosotros mismos a través del ejercicio literario. En esta ocasión, el narrador se mueve dentro de la historia en primera y segunda persona. Una estupenda elección para que el lector sea partícipe en todo momento de las dudas, del dolor, de la angustia, el odio y, hay que decirlo, el cariño hacia alguien que truncó nuestra vida y la de otros miles. La autora se dirige a su madre, quiere entender, quiere ser capaz de comprender el por qué de su entrega fanática al exterminio judío.

«…hoy te he vuelto a ver madre, después de veintisiete años, y me pregunto si durante todo este tiempo has sido consciente del daño que has hecho a tus hijos.»

Es una novela con un juego de tiempos muy acertado. El presente nos atrapa, las continuas regresiones nos explican, van construyendo la historia, la vida y relación de la autora con el nacismo. La autora visita con frecuencia los distintos sucesos que van marcando los pilares de su pasado y que nos ayudan a entender el conflicto. Poco a poco va encajando cada pieza, lo hace con una sencillez abrumadora y con un lenguaje desnudo, carente de ornamentación, figuras o eufemismos…Quiere que el lector esté atento a lo que sucede durante las horas de un solo día, quizá las horas más importantes de su vida. El dramatismo está en la voz, algo aniñada, en los silencios, es esto quizá, lo que más me ha cautivado de esta novela: la falta de dramatismo artificial. La columna vertebral del relato es, sin duda, el conflicto de la protagonista.

«¿Es posible que estuviera renaciendo en mí una pequeña y estúpida esperanza? Quizá hubiera cambiado; quizá se hubiera arrepentido; tal vez la vejez le hubiera dulcificado el corazón; quizá hasta fuera capaz de un gesto maternal…».

Desde la primera frase hasta el final, un final excelente que da sentido a todo, el conflicto de la hija se eleva por encima de cualquier otro elemento narrativo. El lector está constantemente haciéndose preguntas, el lector, eso sí, acaba exhausto. Este es uno de esos libros con los que vivimos el resto de nuestra vida, de esos que no se borran de un plumazo, como sucede con el pasado.

Todo comienza en la ciudad de Viena, el 6 octubre de 1998, antes de la visita de Helga a su madre, una anciana recluida en una residencia de ancianos. El tiempo de lo narrado son unas cuantas horas. El relato va introduciendo otros recursos: datos, declaraciones judiciales, canciones infantiles…palabras de Rudolf Höss, miembro de las SS y comandante del campo de exterminio de Auschwitz, algunos pasajes del historiador y superviviente del holocausto, Eugen Kogon, fragmentos de estudios clínicos cuya base de experimentación fueron los propios campos de exterminio, como la espeluznante historia del profesor Gebhardt.

La novela es una sinfonía del horror salpicada con una fina lluvia de amistad, amor, cariño y bondad que nos da un respiro, una tenue luz ante tanta oscuridad.

«También pienso, madre, que sólo odiándote conseguiría por fin arrancarme tus raíces. Pero no puedo, no soy capaz.».

«Déjame ir, madre», es un diálogo perfecto, acompañado de una gestualidad imprescindible para construir esos silencios que mencionaba anteriormente. Y es que, es en los silencios donde radica la fuerza de esta historia, algo que no es nada fácil de lograr.

La novela obtuvo un gran éxito editorial en Italia, fue allí donde se publicó. Fue Italia el país de adopción de la autora, su nueva patria y la lengua en la que escribe. Escribir una novela que trata del dolor y la memoria en una lengua que no es la tuya, en la lengua del exilio, como hizo Milan Kundera o la escritora húngara Agota Kristof, de cuya muerte se cumplen ahora diez años, forma parte del valor de la obra, construye una voz narrativa única, especial. Porque el lenguaje no es un mero instrumento, no, el lenguaje debería respirar el mismo oxigeno que encierran las habitaciones en las que los personajes viven.

Una novela no apta para corazones sensibles, una novela desgarradora, fría y cálida, desesperanzadora y esperanzadora, parece abarcarlo todo. No hay un solo párrafo que no nos sacuda, que nos deje indiferentes ante los horrores de nuestra propia historia. Una novela hecha voz que cuenta desde otro lugar, que rebusca en las preguntas, no en las respuestas.

El lector que busque esta novela, no ceje en el intento, podrá hacerlo en el mercado de segunda mano, como tantas grandes obras en nuestro país; o quizá podrá encargárlo en alguna pequeña librería de barrio, tenga paciencia…

Iberlibro

Editorial Salamandra, 2002

Traducido por Elena de Grau


Eva Losada Casanova. Escritora. Profesora en los talleres de novela y  narrativa de La plaza de Poe. Imparte cursos de escritura en el sector público, en la Red de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid, ciudad donde  coordina las CATAS LITERARIAS y varios Clubs de Lectura, entre ellos el Club virtual en Bibliotecas públicas: Brújula literaria.

Es autora de las novelas: En el lado sombrío del jardín (Funambulista, 2014) 4ª finalista Premio Planeta y finalista Premio círculo de lectores 2010; El sol de las contradicciones (Alianza, 2017) XVIII Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones y  Moriré antes que las flores (Funambulista, 2021), El último cuento triste (Huso, 2022). Escribe en varios medios culturales, colabora y es columnista en el Periódico de Hortaleza desde 2016.

Eva Losada Casanova

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