Sabías que…

 

Aprender a escribir bien

Aprender a escribir es sencillo, hacerlo bien no lo es. Escribir es como componer música, cada frase, cada palabra tiene un sonido, un color, una textura. Entre frases y párrafos hay transiciones, saltos, silencios, valles, montañas…Al fondo suena un corazón que late o quizá un rio que fluye. Se suceden las escenas, los gestos, movimientos. Frío, calor…Un indicio. Una pausa, tensión, otra pausa y, derepente, no vemos dónde estamos. Caminamos a tientas, entramos en un tunel, paredes frías, suelo húmedo y al final una tenue luz, un murmullo, quizá un llanto. ¿Quién es? Una mano nos empuja a seguir, avanzamos, cada vez más rápido, ¡corremos!, nada nos impide llegar hasta esa tenue luz que cada vez brilla más y más. Un golpe seco y todo se acaba. ¿Es el final? Quizá. También es posible que aquí comience todo.

Escribir bien es emocionar, cautivar, interesar, y sobre todo, permitir que el lector descienda por aguas claras o turbias, pero descienda, y no se quede atrapado entre las rocas. Escribir son figuras, símbolos, imágenes, metáforas, contrastes, eufemismos, anáforas o anelipsis. Escribir es una voz, son dos, ¿dos voces o dos planos? Escribir es leer, pensar, cuestionar, sentir, gritar, llorar, detenerse o avanzar. A escribir se aprende escribiendo. En La plaza de Poe te ayudamos a no perderte, a no frustrarte, te enseñamos técnicas, herramientas, algún método que te sirva hasta que tengas el tuyo y muchas lecturas hacia dónde mirar para luego sumergirte.

 

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Eva Losada Casanova es escritora, profesora de los talleres de narrativa y novela.

 

Antes de enviar tu manuscrito

Si eres escritor y estás pensando mandar tu obra a una editorial, espera un minuto antes de hacerlo y ponte en el lugar de la persona que lo va a recibir.

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Intenta imaginar a un editor sentado a su mesa, rodeado de manuscritos como el tuyo. Algunos le han llegado en papel y encuadernados; otros en hojas sueltas —¡y sin numerar!— dentro de un sobre; cientos le han llegado por correo electrónico; unos no los ha podido ni descargar porque estaban en un programa indescifrable; otros más tenían fotos que pesaban un quintal; y unos cuantos han llegado en Word, con una tipografía muy legible y acompañados de una propuesta editorial y un correo corto y explicativo.¿Cuáles crees tú que descartará el editor sin pensarlo? ¿Y cuál leerá con una predisposición positiva? ¿No crees que a ti te pasaría lo mismo? ¿Por qué debería un editor intentar descodificar un programa que nadie utiliza? Es como si decides enviar un currículum en japonés a una empresa en la que sabes con certeza que se habla español. No tiene sentido.

De modo que guarda, durante unos días más, esos folios que ibas a meter en el sobre, o tira el correo electrónico que tenías preparado, y lee estos consejos básicos. Yo he sido esa editora rodeada de manuscritos.

El contenido

Lo primero que te tienes que preguntar antes de enviar nada, es si la obra que estás a punto de enviar, es tu mejor versión. No mandes ningún trabajo que no consideres que es lo mejor que has podido producir. Déjalo descansar unos meses y luego léelo otra vez. ¿Sigue sin convencerte? Quizá necesitas formarte un poco más. ¿Es tu mejor versión? ¡Estupendo! Pero es posible que no te sientas capaz de corregir todo tú solo.

Existen los correctores profesionales. Ellos te ayudarán, no te sientas ofendido porque quieran cambiar algo de tu texto. A menudo son también escritores y entienden perfectamente por lo que estás pasando.

 La forma

Una vez que el manuscrito está revisado hay que darle forma. Esto también lo puede hacer un corrector y, de hecho, probablemente te habrá hecho algún comentario si ha visto incorrecciones. Existen normas de puntuación y, en ocasiones, no se cumplen en muchos textos que circulan por las redes. Eso empobrece los textos.

¿Sabes qué tipografía es la mejor? Cuidado con ser muy original, pero más cuidado todavía con ser chapucero y descuidado. Eso echa atrás a cualquier editor. Piensa que si tu manuscrito ha logrado llegar a su mesa, estarás perdiendo una oportunidad de oro. A veces no hay una segunda.

 El archivo

Si resulta que has hecho un curso de maquetación y quieres mostrar tus conocimientos al mundo, puedes enviar un pdf, pero ten en cuenta que, si al editor le gusta tu libro, te va a pedir la versión en Word y va a tirar a la basura tu maqueta. ¿Temes que te plagien el libro? Todo se puede copiar, pero ese, ahora, no es tu mayor problema.

En resumen

  • Busca alguien que te ayude con la corrección del texto.
  • Manda el documento en un archivo de Word.
  • Enumera los capítulos y numera las páginas.
  • Si los capítulos tienen título, haz un índice.
  • Utiliza una tipografía legible en un cuerpo 12.

Ana Bustelo


Un cuento de Navidad. VANKA de Anton Chéjov.

Chejóv, con este relato, critica, una vez más, a la sociedad europea de la segunda mitad del siglo XIX. La marginalidad, el maltrato y la pobreza que muchos niños sufrían y padecían en aquella época. No fue, ni mucho menos, el único escritor que aprovechó su pluma para abrir los ojos a la sociedad de entonces respecto a la situación miserable de la población infantil.

VANKA Chéjov. Un cuento de Navidad.

Te invitamos a leer VANKA:

Vanka Chukov, un muchacho de nueve años, a quien habían colocado hacía tres meses en casa del zapatero Alojin para que aprendiese el oficio, no se acostó la noche de Navidad. Cuando los amos y los oficiales se fueron, cerca de las doce, a la iglesia para asistir a la misa del Gallo, cogió del armario un frasco de tinta y un portaplumas con una pluma enrobinada, y, colocando ante él una hoja muy arrugada de papel, se dispuso a escribir. Antes de empezar dirigió a la puerta una mirada en la que se pintaba el temor de ser sorprendido, miró el icono oscuro del rincón y exhaló un largo suspiro. El papel se hallaba sobre un banco, ante el cual estaba él de rodillas.

«Querido abuelo Constantino Makarich -escribió-: Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; sólo te tengo a ti…

Vanka miró a la oscura ventana, en cuyos cristales se reflejaba la bujía, y se imaginó a su abuelo Constantino Makarich, empleado a la sazón como guardia nocturno en casa de los señores Chivarev. Era un viejecito enjuto y vivo, siempre risueño y con ojos de bebedor. Tenía sesenta y cinco años. Durante el día dormía en la cocina o bromeaba con los cocineros, y por la noche se paseaba, envuelto en una amplia pelliza, en torno de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequeña plancha cuadrada, para dar fe de que no dormía y atemorizar a los ladrones. Lo acompañaban dos perros: Canelo y Serpiente. Este último se merecía su nombre: era largo de cuerpo y muy astuto, y siempre parecía ocultar malas intenciones; aunque miraba a todo el mundo con ojos acariciadores, no le inspiraba a nadie confianza. Se adivinaba, bajo aquella máscara de cariño, una perfidia jesuítica. Le gustaba acercarse a la gente con suavidad, sin ser notado, y morderla en las pantorrillas. Con frecuencia robaba pollos de casa de los campesinos. Le pegaban grandes palizas; dos veces había estado a punto de morir ahorcado; pero siempre salía con vida de los más apurados trances y resucitaba cuando lo tenían ya por muerto. En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta, y mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, embromaría a los cocineros y a las criadas, frotándose las manos para calentarse. Riendo con risita senil les daría vaya a las mujeres.

—¿Quiere usted un polvito? —les preguntaría, acercándoles la tabaquera a la nariz.

Las mujeres estornudarían. El viejo, regocijadísimo, prorrumpiría en carcajadas y se apretaría con ambas manos los ijares. Luego les ofrecería un polvito a los perros. El Canelo estornudaría, sacudiría la cabeza, y, con el gesto huraño de un señor ofendido en su dignidad, se marcharía. El Serpiente, hipócrita, ocultando siempre sus verdaderos sentimientos, no estornudaría y menearía el rabo.El tiempo sería soberbio. Habría una gran calma en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la oscuridad de la noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve…

Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba. Tomó de nuevo la pluma y continuó escribiendo:

«Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido arrullando a su nene. El otro día la maestra me mandó destripar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, empecé por la cola; entonces la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de pan; para comer, unas gachas de alforfón; para cenar, otro mendrugo de pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de té. Duermo en el portal y paso mucho frío; además, tengo que arrullar al nene, que no me deja dormir con sus gritos… Abuelito: sé bueno, sácame de aquí, que no puedo soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te prometo pedirle siempre a Dios por ti. Si no me sacas de aquí me moriré.»

Vanka hizo un puchero, se frotó los ojos con el puño y no pudo reprimir un sollozo.

«Te seré todo lo útil que pueda -continuó momentos después-. Rogaré por ti, y si no estás contento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré trabajo, guardaré el rebaño. Abuelito: te ruego que me saques de aquí si no quieres que me muera. Yo escaparía y me iría a la aldea contigo; pero no tengo botas, y hace demasiado frío para ir descalzo. Cuando sea mayor te mantendré con mi trabajo y no permitiré que nadie te ofenda. Y cuando te mueras, le rogaré a Dios por el descanso de tu alma, como le ruego ahora por el alma de mi madre.

«Moscú es una ciudad muy grande. Hay muchos palacios, muchos caballos, pero ni una oveja. También hay perros, pero no son como los de la aldea: no muerden y casi no ladran. He visto en una tienda una caña de pescar con un anzuelo tan hermoso que se podrían pescar con ella los peces más grandes. Se venden también en las tiendas escopetas de primer orden, como la de tu señor. Deben costar muy caras, lo menos cien rublos cada una. En las carnicerías venden perdices, liebres, conejos, y no se sabe dónde los cazan.

«Abuelito: cuando enciendan en casa de los señores el árbol de Navidad, coge para mí una nuez dorada y escóndela bien. Luego, cuando yo vaya, me la darás. Pídesela a la señorita Olga Ignatievna; dile que es para Vanka. Verás cómo te la da.»

Vanka suspira otra vez y se queda mirando a la ventana. Recuerda que todos los años, en vísperas de la fiesta, cuando había que buscar un árbol de Navidad para los señores, iba él al bosque con su abuelo. ¡Dios mío, qué encanto! El frío le ponía rojas las mejillas; pero a él no le importaba. El abuelo, antes de derribar el árbol escogido, encendía la pipa y decía algunas chirigotas acerca de la nariz helada de Vanka. Jóvenes abetos, cubiertos de escarcha, parecían, en su inmovilidad, esperar el hachazo que sobre uno de ellos debía descargar la mano del abuelo. De pronto, saltando por encima de los montones de nieve, aparecía una liebre en precipitada carrera. El abuelo, al verla, daba muestras de gran agitación y, agachándose, gritaba:

—¡Cógela, cógela! ¡Ah, diablo!

Luego el abuelo derribaba un abeto, y entre los dos lo trasladaban a la casa señorial. Allí, el árbol era preparado para la fiesta. La señorita Olga Ignatievna ponía mayor entusiasmo que nadie en este trabajo. Vanka la quería mucho. Cuando aún vivía su madre y servía en casa de los señores, Olga Ignatievna le daba bombones y le enseñaba a leer, a escribir, a contar de uno a ciento y hasta a bailar. Pero, muerta su madre, el huérfano Vanka pasó a formar parte de la servidumbre culinaria, con su abuelo, y luego fue enviado a Moscú, a casa del zapatero Alajin, para que aprendiese el oficio…

«¡Ven, abuelito, ven! -continuó escribiendo, tras una corta reflexión, el muchacho-. En nombre de Nuestro Señor te suplico que me saques de aquí. Ten piedad del pobrecito huérfano. Todo el mundo me pega, se burla de mí, me insulta. Y, además, siempre tengo hambre. Y, además, me aburro atrozmente y no hago más que llorar. Anteayer, el ama me dio un pescozón tan fuerte que me caí y estuve un rato sin poder levantarme. Esto no es vivir; los perros viven mejor que yo… Recuerdos a la cocinera Alena, al cochero Egorka y a todos nuestros amigos de la aldea. Mi acordeón guárdalo bien y no se lo dejes a nadie. Sin más, sabes que te quiere tu nieto VANKA CHUKOV Ven en seguida, abuelito.»

Vanka plegó en cuatro dobleces la hoja de papel y la metió en un sobre que había comprado el día anterior. Luego, meditó un poco y escribió en el sobre la siguiente dirección: «En la aldea, a mi abuelo.»

Tras una nueva meditación, añadió: «Constantino Makarich.»

Congratulándose de haber escrito la carta sin que nadie lo estorbase, se puso la gorra, y, sin otro abrigo, corrió a la calle. El dependiente de la carnicería, a quien aquella tarde le había preguntado, le había dicho que las cartas debían echarse a los buzones, de donde las recogían para llevarlas en troika a través del mundo entero. Vanka echó su preciosa epístola en el buzón más próximo… Una hora después dormía, mecido por dulces esperanzas. Vio en sueños la cálida estufa aldeana. Sentado en ella, su abuelo les leía a las cocineras la carta de Vanka. El perro Serpiente se paseaba en torno de la estufa y meneaba el rabo…

Antón Chéjov 25 de diciembre de 1886 ( Peterburgskaya gazeta)


Frankenstein y el joven Prometeo de una jovencísima Mary Shelley

Mary Wollstonecraft Shelley, nacida el 30 de agosto de 1797, fue capaz, con tan solo diecinueve años, de escribir una de las grandes obras del llamado “terror romántico”: Frankenstein o el moderno Prometeo.

Mary shelleySu infancia, juventud y su vida, en general, estuvieron bañadas en la más pura rebeldía desde cualquier ángulo que se desee mirar. Mary era hija de dos intelectuales de la época: William Godwin, periodista, político y anarquista británico y Mary Wollstonecraft, una filósofa de armas tomar, escritora y además estandarte del feminismo británico con su obra Vindicación de los derechos de la mujer. En fin, la pequeña Mary, respiró literatura, mucha libertad y además, una educación donde parece ser que lo establecido se cuestionaba en los desayunos familiares. Cuando Mary decidió casarse, lo hizo con un poeta que bebía del mismo río: la rebeldía. Y como los autores, al final, dan vida a todas sus obsesiones, dualidades, angustias y carencias, pues la joven Mary creó una compleja novela sobre la relación entre un monstruo y su creador, entre lo racional y las emociones, entre uno mismo y su sombra. Es decir, en esta novela el tema del Doppelgänger o doble fantasmagórico se revela. Quizá Stevenson fraguó su Dr Jekyll leyendo a Mary. De lo que no cabe duda es de la influencia que en ella tuvo el perfil psicológico de su marido, el Prometeo de su vida, fue decisiva para que la ficción fuera estructurándose en torno a el doctor Victor Frankenstein. Y también la sombra y la duda de algunos críticos de la época que le achacaron a él la obra. Siglos oscuros para el talento femenino, sin duda.

Como dice el humanista de Yale Harold Bloom, «Frankenstein es la mente y a la vez las emociones que apuntan hacia sí mismas; su criatura es la mente y a la vez las emociones que apuntan imaginativamente al mundo, en busca de una mayor humanización mediante una confrontación con otros seres”.

Transcribamos para finalizar un pasaje de la novela, donde el tierno monstruo se lamenta a su creador.

“¡Oh, Frankenstein! No seas ecuánime con todos menos conmigo, me debes justicia, clemencia y cariño (…). Cuando me creaste era dulce y bueno, pero los sufrimientos han hecho de mi lo que soy: un espíritu que goza con el mal”.

Eva Losada. Profesora en los Talleres de narrativa en La plaza de Poe.


Joseph Conrad: escenarios reales, personajes inventados. 

El escritor polaco, Joseph Conrad, hijo adoptivo de la lengua de Shakespeare, a caballo entre el Romanticismo y el Realismo, escribió hace exactamente un siglo, en 1916, La linea de sombra, una novela corta donde, como acostumbraba, mezclaba sus largas travesías como marino profesional con personajes de ficción.

Conrad La linea de sombraLa combinación era perfecta: escenarios reales pero personajes inventados. Ese juego le llevaba a escribir sobre sí mismo sin parecer que lo hacía, a escribir su biografía a través de personajes que él construía pero que no existieron, no al menos, como seres reales y conocidos. Y es que a Conrad no había cosa que más le entretuviera que profundizar en la psique y moral humanas. La linea de sombra es el paso de la juventud a la madurez a través de los mares de Extremo Oriente y es el inicio de la despedida de Conrad a su vida como marino profesional. Una experiencia que en su vida real, según sus declaraciones, fue traumática.

“Vivir más allá de sus días, en esa magnifica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es el privilegio de la primera juventud”.

Algunos críticos no supieron entender las intenciones del autor, quizá les confundió el título o quizá entremezclaron erróneamente imaginación con superstición, hecho que le obligó a aclarar en sucesivas ediciones sus intenciones reales, alejándose de inclinaciones y preferencias sobrenaturales.

Conrad, compañero de Kipling y Henrry James, murió un 3 de agosto de 1924. En su lápida, se encuentran escritos unos versos del llamado “poeta del amor y la tristeza”, Edmund Spenser.

“El sueño tras el esfuerzo,

tras la tempestad el puerto,

el reposo tras la guerra,

la muerte tras la vida harto complacen”.

Eva Losada. Profesora en los Talleres de narrativa en La plaza de Poe.


Las Cajas chinas

Una de las técnicas narrativas mas complicadas para el escritor es la técnica de las Cajas chinas. Es una técnica que determina la estructura de la obra y que, si no se maneja con cierta soltura, lo único que consigue es confundir y aburrir al lector, restando interés y calidad al texto.Cajas chinas

Esta técnica, más propia de la novela que del relato, se utiliza para despertar la curiosidad y acompañar al lector por los recovecos de la historia de forma no lineal. Aporta dramatismo y ayuda a la hora de articular tramas psicológicas o emocionales. Da profundidad a los textos y su buen uso y manejo es, generalmente, consecuencia de un gran número de horas frente a un texto. Esta técnica narrativa consiste en la narración de una historia que a su vez contiene otras historias. Una gran caja que contiene otras más pequeñas, subordinadas. Tramas y subtramas que dependen siempre de la historia principal o, al menos, están relacionadas con ella. Cada caja debe cerrarse, plegarse sobre la historia principal. Solo de esta manera termina teniendo sentido la narración.

Esta técnica puede llegar a sofisticarse empleando lo que Vargas Llosa llama muda, es decir, los cambios que hace el narrador en el espacio y el tiempo.

El escritor argentino Jorge Luis Borges, era un gran aficionado a esta técnica. También Miguel de Cervantes la emplea en El Quijote donde los protagonistas y los personajes narran historias dentro de otras historias y donde la propia historia es derivada de otra principal. Existen muchas formas de presentar esta técnica como, por ejemplo, en las Mil y una noches, donde las historias o cuentos están dentro de la historia principal.

Eva Losada. Profesora en los Talleres de narrativa en La plaza de Poe.


Teoría del Iceberg o de la omisión.

Detrás de cada historia hay una manera de contar, de escribir, de transmitir.

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No basta con decir. Escribir va más allá. Y allí donde parece no haber nada es quizá donde esté la clave de todo. La omisión es una técnica básica para cualquier escritor. Dominar la teoría del Iceberg es prolongar los textos, dotarlos de  profundidad y fuerza.  Lo que no se ve sustenta el resto. Bajo las aguas está la clave. La aparente simplicidad, a veces hasta inútil para los ojos de un lector  desprevenido, se transforman en algo más complejo, casi siempre, oculto en casi su totalidad. Hemingway decía: «Hay nueve décimos bajo el agua por cada parte que se ve de él» (…) «…se puede omitir cualquier parte, y la parte omitida reforzaría la narración».

 


 

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