Bobin. Autorretrato con radiador

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Algunos libros irrumpen en nuestra vida como irrumpe la lluvia en un domingo cargado de propósitos. Es una lluvia constante, inesperada, te desvía del programa, de lo previsto, y  nos detiene en un cruce al que jamás hubiéramos llegado solos. Es un jardín en el que cada flor tiene un gesto.

«La vida la encuentro en lo que me interrumpe». Eso es precisamente lo que me ha sucedido leyendo Autorretrato con radiador de Christian Bobin:  me he interrumpido a mí misma.

Convivo unos días de intenso calor con este escritor francés nacido en 1951, que ha pasado de ser un eco incierto en mi constelación literaria a convertirse en un susurro, un lamento, que no se olvida con facilidad.

Autorretrato con radiador es un duelo, es una canción que atraviesa los días del año, es una bella ofrenda a la muerte. Son vaivenes entre interrogaciones y dudas, entre sentencias y sonrisas con alguna lágrima contenida. Bobin habla del amor y de su dios, habla de la muerte como si fuera otra flor, o un estribillo. Salta por sus lecturas, por sus deberes como padre de una criatura borrosa, por las muertes que lo interrogan y por los rincones forrados de claro oscuro de la casa en la que escribe. Bobin habla de la escritura con devoción, pero también señalando.

Recorro los días de este diario inmerso en la naturaleza y, de repente, me tropiezo con «Solo» de Strindberg o con el libro que Joubert nunca escribió. La gran diferencia entre ellos y Bobin es el amor, el amor que él encuentra y contempla en una grieta, en un jarrón o en el espejo del retrovisor. En este libro las fechas sobran, las cosas sobran, solo queda la impresión. Leerlo es entrar en una burbuja, a veces desconcertante, otras dulzona, pero que siempre nos mece. Este libro es una cuna vestida con el dolor y la dicha de poder escribir sobre ese dolor sin gritarlo, tal solo caminando sobre él.

Bobin, escribe sobre la escritura, sobre el impulso creativo, sobre la no escritura y, a veces asoman los espacios de Perec, la poesía de Hölderling y, por supuesto, asoma el lector que se mira y asiente. Bobin se «hace nidos con las frases» y permanece en ellas desde que amanece hasta que el sol se esconde. Y al final comprende que «las alas nos las da lo real». ¡Qué otra cosa sino!

Bobin nada en las dudas, se arrebuja en las incertezas sin realmente sentirlas. Parece querer y rechazar, reír y llorar al mismo tiempo. No sé si es un libro lleno de vida o lleno de muerte y tristeza, quizá sea un libro que habla de la muerte que vive en uno.

«La infancia continúa mucho tiempo después de la infancia: eso es lo que viven los enamorados, los escritores y los funámbulos».

La prosa de Bobin es limpia, transparente, ligera y de una belleza estremecedora. Los ruidos son constantes, golpes en el metal o el sonido de unas pisadas en medio de un párrafo incompleto. Bobin no parece buscar nada en concreto escribiendo, pero como él mismo dice: «hay una manera de escribir que busca, no encuentra más que por accidente o por gracia, y sigue buscando». El lector, en ocasiones, no busca, encuentra por accidente y cada libro se convierte en una manta elástica que nos impulsa a otro lugar.

Bobin no está apenas traducido al castellano, una lástima para aquellos que no lean en la lengua de Rousseau, Diderot y Maupassant. Supongo que habrá que esperar a que sus días terminen y tenga mayor valor editorial. Gracias a la pequeña gran editorial Árdora por regalarnos este jarrón de flores vivas y muertas.

Editorial Árdora ediciones 2006

Traductor: José Areán.

Autora: Eva Losada Casanova Escritora. Profesora de los talleres de narrativa y novela de La plaza de Poe.  «El sol de las contradicciones» (Alianza editorial, 2017, XVIII Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones). «En el lado sombrío del jardín» (Funambulista, 2014, 4ª finalista Premio Planeta de novela 2010).  «Moriré antes que las flores» (Funambulista, 2021)

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