Autora: Eva Losada Casanova
Escribir lo esencial. Este parece ser el lema de Joseph Joubert. Escritor francés nacido en 1754 que curiosamente nunca tuvo obra. Nunca publicó nada en absoluto pero escribió frases como esta: “Son buenas obras solo aquellas que han sido durante mucho tiempo, si no trabajadas, al menos soñadas”.
Amigo de Chateaubriand y durante un tiempo ferviente defensor de la Revolución francesa, dedicó gran parte de su vida a contemplar el mundo, a condensar en unos cuantos renglones la vida, la suya y la de los demás, pero sobre todo y de manera brillante, la de los artistas. La escritura para él iba mucho más allá de un conjunto de textos, él escribía fuera de la hoja en blanco, pese a ello, sus lectores, invisibles, impreceptibles, se rinden a la sencillez de lo que otros publicaron por él. Sus aforismos, delicados paseos por el alma humana, por el paisaje que le rodeó en vida, llegan hasta hoy bañados en esa universalidad que lo envolvía y que todo buen escritor tendría que habitar. No estamos hablando de un Fernando Pessoa que, pese a no haber publicado en vida, su legado todavía se está estudiando e interpretando y, por qué no decirlo, reescribiendo. Joubert a diferencia del poeta lisboeta, no dejó nada para publicar. Apuntes, reflexiones, impresiones de la vida cotidiana fue lo que su mujer rescató tras su muerte y sus amigos ayudaron a sacar a la luz. Una manera de reconocimiento harto romántica para el oficio de escritor.
Joubert, un lector empedernido, inmerso en las corrientes filosóficas de su época, dedicó su vida a anotar aquello que se le iba pasando por la cabeza, sin un orden, sin una estructura propia del tradicional diario íntimo. Joubert podía representar la libertad máxima, la pureza del escritor. Sin ataduras, sin imposiciones, sin asomarse a sus contemporaneos, alejado de todo contagio literario. La sutileza de sus escritos, la agudeza de su mirada nos regala un conjunto de pensamientos casi sublimes. Nuevemil páginas manuscritas durante cincuenta años y publicadas, con el título de Pensamientos, ciento catorce años después de su muerte, en 1938. Esto se llama vigencia literaria. Saltar por encima de escuelas, modas, corrientes o tendencias. Parece que para él, lo único trascendente es esa estética del lenguaje que actualmente tanto echamos en falta, tanto necesitamos. El lenguaje hecho arte.
Qué mejor que el amor y admiración de una mujer, y un ilustre y noble amigo, de ideas en muchas ocasiones contrarias, como Chateaubiand, para dotar de credibilidad tan delicada obra y colocarla donde merece estar. “A través de la belleza de estas páginas —escribió— podrá verse lo que perdí yo y perdió el mundo (…) nunca pensamiento alguno había suscitado tantas dudas a la inteligencia, ni planteado cuestiones tan elevadas, ni inquietado tanto”. Supongo que después de esta declaración, al lector le asaltan unas ganas irrefrenables de leer a Joubert; el gran defensor de la sinceridad en el arte, de anteponer la emoción y el placer a la maestría.
Los escritos recopilados por la Editorial Periférica, traducidos por Luis Eduardo Rivera, con el título Sobre Arte y Literatura, que recogen quizá lo más sublime de Joubert, se aproximan a lo que podría ser un decálogo estético para un escritor o cualquier artista. Todo individuo que dedique su vida a la creación debería detenerse en estas páginas.
Para Joubert el escritor debe deshacerse de la vanidad y la pretensión, esta choca con la razón. Huía de las luces artificiales de los textos: “Las palabras son como el vidrio, oscurecen todo aquello que no ayuda a ver mejor”. Para él la literatura no solo era pasión y placer sino también cuestionarse el mundo: “Hallamos en los libros no solo lo que aumenta nuestras pasiones sino también lo que aumenta nuestras opiniones”.
A Joubert le encantaba criticar la vanidad de aquel que crea: “Lo que es dudoso o mediocre necesita del consenso para agradar a su autor; pero lo que es perfecto lleva en sí la convicción de su belleza, de su mérito”. También alerta a los pseudopoetas, aquellos que adoptan falsas posturas del alma: “No puede hallarse poesía en ningún lado cuando no se lleva dentro”. Y a la escritura que sale de la pluma rígida, enemiga de la belleza: “Un espíritu demasiado tenso, un dedo demasiado contraido, perjudica la facilidad, la gracia, la belleza”.
Termino este breve paseo por los desconocidos tesoros de este autor francés deteniéndome en uno de esos párrafos que muestran al verdadero escritor, el más exigente, aquel que aun sin pretender serlo, lo es.
“Una blandura que no enternece, una energía que no fortalece nada, una concisión que no dibuja ningún tipo de rasgos, un estilo del cual no emanan ni sentimientos ni imágenes ni pensamientos no posee ningún mérito”.
Agradecer a su mujer, cuyo nombre no logro averiguar, el rescate de las nuevemil páginas que escribió en vida y a quién quizá, antes de ni siquiera conocerla, dedico esta otra frase, “No hay que elegir por esposa sino a la mujer que uno elegiría por amigo si fuera hombre”.
En fin, un hombre inteligente, sin ninguna duda.
Eva Losada Casanova. Escritora. Profesora de escritura en La plaza de Poe.
Novelas. En el lado sombrío del jardín (Funambulista, 2014) El sol de las contradicciones (Alianza editorial, 2017, XVIII Premio Unicaja de novela) Moriré antes que las flores.
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Eva Losada, escritora: Gracias por tu interesante reseña sobre el pensador francés Joseph Joubert. Me gusta tu selección de algunos de sus pensamientos. Por si pudiera serte útil. He encontrado en un blog quién fue la mujer o esposa de Joubert: Adélaide Moreau, quien entregó los cuadernos escritos y correspondencia de Joubert a Chateaubriand para que los publicara. Así, en 1838 se publicaron sus «Pensées. Saludos cordiales, V.L.
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