El desdoblamiento del escritor es un acto necesario, su multiplicidad es, quizá, privilegio de tan solo unos pocos. Cuando ese desdoblamiento se practica una vez, resulta casi imposible no seguir intentándolo, no empeñarse en ejercitar el músculo del ser múltiple, habitante de universos inventados pero reales. Y si no, ¿por qué escribimos?
El ortónimo que da a luz, como una parturienta angustiada, asfixiada, deseosa de aligerar el peso de la existencia, no tiene regreso. El ortónimo termina siendo esclavo de sus criaturas, son esas criaturas las que terminan devorándolo. La literatura pessoana es, en gran medida, la desaparición del padre en beneficio de los hijos. Cuando Fernando Pessoa ejercita su desdoblamiento, cuando se recrea en sus propios sueños que son soñados a su vez por otros, alcanza su objetivo: abrazar la inmensidad del alma sin la limitación del cuerpo. Una idea alejada de cualquier connotación espiritual o religiosa y ligada directamente a la creación literaria. A la limitación del escritor como un ente solo y único. Escribía el Pessoa que habitaba Bernardo Soares: “He creado en mi vida varias personalidades. Cada sueño mío , al ser soñado, lo encarno en otra persona que pasa a soñarlo y yo dejo de hacerlo”. De esta manera se libera de sí mismo, se da a otros, inventados por él. Quizá ni siquiera los inventó, simplemente crecieron en él, fueron poco a poco alimentándose de los sueños del escritor. “Sin ilusiones vivimos del sueño, que es la ilusión de quien no pueden tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos nos disminuimos.” Él se sentía pequeño, el mundo, su mundo, debía ser trascendido y la mejor forma de hacerlo era creando muchas plumas que a su vez se recreaban en otras vidas. Un juego de espejos y laberintos que hacían de su obra algo poderoso y, por qué no, misterioso, tremendamente misterioso. Al fin y al cabo, es eso lo que buscamos, cuando nos sumergimos en los textos literarios. “¿Qué puede —decía Bernardo Soares—hacer un hombre de genio sino convertirse él mismo en literatura”. Y eso fue exactamente lo que hizo, convertirse, multiplicarse y trascender.
La obra de Fernando Pessoa es un inmenso jardín donde no siempre la luz ilumina sus recovecos, donde cada flor parece poder sobrevivir sin las demás, donde todo parece seguir creciendo aun después de la muerte del jardinero. Pero, ¿y los otros? ¿Han muerto con él los más de setenta heterónimos? Algunos, muchos diría yo, murieron antes incluso de comenzar a caminar en sus sueños. Otros, como Alberto Caeiro, murieron por la tuberculosis, de la misma manera que lo hiciera su padre, cuando Fernando Pessoa apenas había cumplido los cinco años. En el lado opuesto, un casi amoral Álvaro de Campos, canaliza al otro Pessoa, al Pessoa más oculto, el desprendido, descreído y libre. “¡Marcharse! Nunca regresaré/Nunca regresaré porque nunca se regresa/El lugar al que regresamos es siempre otro/El andén al que regresamos es otro/Ya no están las mismas personas, ni la misma luz, ni la misma filosofía.”. Alvaro de Campos fue capaz de ocultar bajo su sombrero y su paraguas al Pessoa enamorado o al falso enamorado. Aquel que no era capaz de enfrentar el amor, lo mismo le ocurría a Bernardo Soares, el heterónimo exiliado de sí mismo. “El onanista es la perfecta expresión lógica del amante. Es el único que no disimula ni se engaña”.
Alberto, Bernardo, Álvaro, Alexander y la joven MºJosé, por qué no, el único heterónimo femenino del escritor. Quizá, si hubiera vivido más años, Mº José hubiera estado acompañada por otras de su mismo sexo o a lo mejor no. En este fragmento de una carta de amor, se puede entrever a la Ophelia de su vida, aquella que le esperaba cada tarde asomada en su ventana. “… estoy en la ventana todo el día y veo a la gente pasar de un lado a otro y tener un modo de vida y gozar y hablarle a ésta o aquélla y parece que soy una maceta con una planta marchita que se quedó aquí en la ventana por quitársela de encima”. Y es que para Fernando Pessoa el hombre es un ser mentiroso desde que nace, un ser que se engaña: “El único modo de estar de acuerdo con la vida es estar en desacuerdo con nosotros mismos”, escribió Bernardo Soares.
Pessoa pasó toda la vida trascendiéndose a sí mismo, buscando el sentido a su propia existencia, preguntándose, huyendo, desconfiando. La escritura, una vez más, alarga nuestras vidas, esa búsqueda inútil nos mantiene vivos mientras la realidad, poco a poco nos va destruyendo.
Decía Gabriel Tarde, sociólogo francés, admirado por Pessoa que “La vida es la búsqueda de lo imposible a través de lo inútil”. ¿Podría ser esa imposibilidad de encontrar lo que Pessoa buscaba en soledad, aquello que le motivase a dar vida a su ejército de heterónimos? ¡Quién sabe! Es más útil leerle que justificarle (o escribir sobre él).
Eva Losada Casanova es profesora de los Talleres de narrativa de La plaza de Poe y coordina el Club de Lectura. XVIII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.
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